Sydney Parkinson explica como él y otros se escabullían de los guardias portugueses en la oscuridad saliendo antes del amanecer a través de las ventanas de las cabinas desde la que se descolgaban con una soga hasta uno de los botes; una vez en el bote, se dejaban llevar por las olas hasta que se alejaban lo suficiente del barco para que el chapoteo de los remos no alertara a los centinelas y remaban hasta alguno de los lugares de la costa que desde el barco habían comprobado previamente que solían estar poco frecuentados.